Ella, que nació con el aspecto frágil
de las niñas valientes y fuertes.
La sonrisa dulce...
Los ojos grandes, de un negro profundo, de un profundo
silencio, de un silencio de esos, de los que albergan una mirada inusitadamente limpia, la mirada que te
paraliza en cuanto te captura, y que, finalmente, te deja destellos de nostalgia, sin saber
cómo ni por qué, como si de pronto te informara de que ese brillo es infinitamente inalcanzable. Sobre todo brillante.
La voz, ni aguda ni grave, ni estridente ni
molesta, ni fuerte ni suave, ni siquiera dulce, tan solo amable. Demasiado amable.
Ella y su cuasi-celestial belleza, la de los cuerpos que, en teoría, necesitan nueve pero nos demuestran que para ellos con ocho es sobradamente suficiente, que rompen el tiempo, aceleran el proceso, giran sobre sí y sobreviven a, con y en, una estrecha cintura. Caótica, compleja, desordenable y ordenada.
Ella, que sobrevive todos los días al
menos una vez después de cada comida, que se despide constantemente
de alguien, levantando sospechas, pronosticando el futuro, ensalzando
el pasado, enlazando estados, pero nunca dice por qué, ni con quién; "total, ¿para qué?". Ella que (se) va afirmando
esperanzas, limando asperezas, reafirmándose en la constancia de su imagen de
adolescente "perfecta", que más que dar problemas se
los soluciona a cualquiera. Sobresaliente.
Mi princesa del drama. Tú, que
apuntabas maneras sin haber leído a Julio Cortázar. Tú, que te
empeñas en madurar a pasos ligeros y agigantados. Tómate tu tiempo
y abofetéanos con incoherencias.
Que nadie te quite lo que te
corresponde...
... mucho menos lo que sueñas.
Y que no te cumplan a ti.
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