Después de años sin verte, se me ocurre tanto que decirte, pero, peligrosamente, no te digo nada.
Y te traigo mi corazón en una taza de café, sin leche, sin azúcar, sin agua; solo, granulado casi hecho polvo.
Y en los altavoces casi a volumen de auriculares suena un "no puedo más" y una réplica en segunda voz "no puedo más contigo" y, en mi cabeza, una corrección: conmigo.
No. No me ofrezcas cereales. No los quiero. No los podré digerir. Hoy no.
Ofréceme tus males, tus extravagancias, tus huellas dactilares en espejos de ascensor; ofréceme esas galletas de la suerte para remojar en leche y chuparte los dedos (los sesos), aunque sea la única comida de nuestros días, aunque en esos días no amanezca; no sería la primera vez.
"Mi peligro constante"
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