24 oct 2014

No hay título que valga para nuestros miedos, éste en concreto.


nos cuesta la luna... resistiendo al sol mirándola de frente una tarde de verano

Me cuesta (mucho) reconocer, asumir y decir el primer “te quiero”, incluso pensarlo, pensar que estoy empezando a querer (mucho) a alguien; me crea conflictos de (entre) ideas. Supongo que porque me asusta querer más de lo que podrían llegar a quererme a mí. Dar y recibir a cambio una nada que se torna en vacío. Algo más humano que ese “quiere sin importar lo que te den a cambio”, digáis lo que digáis, que no digo que esté mal, ni que no se pueda, ni que no sea real, pero me parece menos humano que un miedo, éste en concreto.

Y es que la última, que fue la primera, vez que le dije a alguien “te quiero mucho, tanto que no me importa lo que me quieras tú a mí”, me arrepentí, me arrepentí mucho. Realmente le quería de esa manera. Pero habría preferido no haberlo dicho. No por ahorrarme el protagonismo en una escena inocente, sincera, rozándome con lo cursi, sino por la nulidad del valor que se le dieron a mis palabras, ésas en concreto.

Desde entonces, he conocido a personas que dicen “te quiero” por primera vez la segunda vez que te ven, a personas a las que no les cuesta nada, a personas a las que les cuesta todo, a personas a las que les cuesta más o menos lo mismo que a mí, conflicto arriba, conflicto abajo, y a ti, que me quisiste por primera vez antes de hacerme el amor y después, sobre todo después y te costó, te cuesta y crees que te costará (mucho) decirlo.


12 oct 2014

"Yo te vi primero"

No sé cómo lo hace, creo que lo hace sin ánimo de dañar (de más), pero lo hace.

Viene o vas tú, no importa cómo sea el (des)encuentro, te sonríe, te abre los ojos, te arranca de cuajo una sonrisa, es amable, se muestra agradable, te aprieta un par de tuercas sueltas, te taladra los tornillos que te falten y los que no, sin que se lo pidas, es así, no espera, porque sabe que en su (in)sano juicio nunca nadie le pediría tal cosa, te rompe sin que se note, sin que caiga ni un solo trocito de ti al suelo, sin ruido, sin innecesarios fluidos, sin que ningún cristal chirríe, te da la mano, te dice algo bonito, un placebo, un nocebo, ya no importa el efecto, y se va... a resolver sus problemas, a cosechar sus propias dudas, a arreglar lo suyo, a recomponer sus historias, a acomodarse en alguna butaca perdida en un concreto punto muerto, de escape, de fuga y te deja, sí, te deja... con el sentimiento intenso de estar (irreparablemente) herido, con el sabor agridulce de la conciencia al descubierto, salivando por el ácido.
Y casi sangras, pero no sangras y no sangrar te llena de impotencia y la impotencia duele, como cuando quieres llorar y no puedes.
Quizás yo sea más influenciable de lo que prevé, porque prevé, no espera, “las expectativas son para los débiles”. Aunque, lo resumiría en una pequeña frase y me diría “eres muy lista”, no sin una trémula y afilada entonación.

Posiblemente nunca jugaremos al mismo juego, probablemente nunca jugaremos en igualdad de condiciones, pero yo (ya) no soy inofensiva. Lo sabe y lo disfruta.
Posiblemente vuelva a verle, probablemente ya se haya hecho un lugar en mi vida, probablemente haya formado parte, directa o indirectamente, de las etapas más significativas de la misma, probablemente me tenga cariño, seguramente yo se lo tenga.


De objetividad y perspectiva.