13 dic 2015

Dŏlus

Quise morir... Y no encontré mejor forma de hacerlo...


Lo siento, (yo también) me abro. Aquí te quedas, en el espacio, en el tiempo, en la distancia, la gente y las circunstancias que nos separa(ba)n; en la estupidez más grande que pudiste cometer, en la pureza perdida, en el doble filo de tus desconocidas y recién estrenadas armas, en la herida recién hecha, en la carne siempre abierta; en la jodida cinta de Möbius que indistintamente nos victimiza y nos hace verdugos según qué, que nos da razones opuestas, que se nos interpuso, que nos atravesó, que nos hizo transcurrir y discurrir en la misma órbita, que nos atrapó, que me atrapa; en la continua relatividad metamorfoseada como si de una versión tétrica del universo infinito de Escher se tratara (y de la cual no puedo salir); en la herida recién hecha, en la carne siempre abierta.

Él también quiso... Tampoco encontró.

8 dic 2015

Zas!

El día que nos dimos la primera oportunidad de conocernos y compartir un par de silencios.
Él llevaba un abrigo largo clásico y un paraguas, obviamente, iba de negro. Pensé "joder ¿en serio? ¿vas así de elegante?... Será tan delicioso conocerte". No me equivoqué. También pensé que las reglas de medida de los abrigos con él no se cumplían, ese abrigo, cuya longitud podía hacer que su figura se perdiera en él, le sentaba realmente bien. Más adelante, pude comprobar que ninguna regla, medida, baremo se cumple con él, es digno de estudio y quizá por eso me estimuló tanto ir descubriendo cada pequeño resquicio de su forma de ser y estar, desde el día cero e incluso un poco antes. Yo, tan analítica siempre, tan perdida en los detalles y tan aparentemente superflua.
Día gris, había llovido, casi llovía cuando nos vimos, nos llovió luego y luego fue invierno.
Él, pronto como nunca. Yo, tarde como siempre.
Estuve a punto de no ir (un pequeño detalle, una decisión mínima que me habría cambiado la vida). No sabía qué ponerme y la opción elegida fue llevar muchas capas, por lo tanto, ninguna prenda adecuada, ni para el frío, ni para la lluvia, ni para la hora, quizá solo para el momento (pero eso no lo sabría hasta tenerle delante); no quería correr el riesgo de perder su atención cuando me quedara sin palabras. Lo vi, esperando, paciente, perdido quién sabe en qué pensamiento, con su halo inconfundible en frente del lugar en el que nuestros cuerpos oscilaron por primera vez en la misma órbita (qué dulce placer). Mismas coordenadas, otro tiempo. Me alegré de haber ido, primero, y acto seguido me alegré de llevar medias negras y zapatos negros de tacón y cordón.
Sonreímos. He estado a punto de irme, me dijo. Y yo a punto de no venir, pensé. Siento haber llegado tan tarde, dije. Pocas palabras, ninguna explicación. Qué fácil se encuentra solución cuando tienes una motivación mayor.
Anduvimos. Uno al lado del otro, sin tocarnos, sin rozarnos, sin apenas mirarnos.
No recuerdo qué dijimos durante el camino, no recuerdo ni siquiera el camino. Pero recuerdo el sitio (al que nunca volvimos), lo que pedimos ("lo que voy a pedir quizás no sea lo más apropiado, pero me da igual" dijo, me hizo gracia, pensé que iba a pedir un cóctel molotov o algo así, pero no), lo que me contó (más adelante me confesó que él no solía hablar tanto, un poco después lo pude corroborar), la primera broma que le hice frente a frente (sobre palmeras ornamentales; tan tropicales), los silencios (tan agradables, lo cual me producía cierto vértigo, vértigo al que no quería hacer mucho caso), el primer paseo por el Paseo de los Tristes (metafóricos desde el primer momento y nosotros sin saberlo), la primera mentira piadosa un tanto despiadada ("tranquilo, no te voy a comer"), la primera flecha que su cuerpo me lanzó a las retinas (la pulcritud y suavidad de sus manos de arsonista confundido y ese lunar, ay, ese lunar; quería tocarlo, pero había demasiada luz y muy poca confianza).
Recuerdo que danzaba una melodía secreta, discreta y pausada, un vaivén equidistante a mí (¿has oído hablar del espacio vital? Para mí es muy importante, pero tú sigue así, pensaba; en el fondo y no tan en el fondo me gustaba que su presencia me pusiera nerviosa de aquella manera). Orbitaba tan cerca. Él no se daba cuenta, pero yo me había percatado de ello, de todo. Y mi trastocado instinto de supervivencia salió a flote: quise salir corriendo, huir de aquello que me lanzaba flechas, señales de neón, aquello bonito pero profundo, de aquel misterio dulce y doloroso de las profundidades de sus ojos; pero no lo hice. Instinto y autodestrucción: me quedé.
Esperamos a su teletransportador justo al lado de una cabina de teléfono, cual detective, cual superhéroe, cual astronautas suicidas.
Esperé, observé, aprendí (después, mucho, poco, cierto tiempo después).
Observaba, fuera de mí, la escena de la que estaba siendo protagonista, ¿era una protagonista insulsa y mediocre? Puede ser, pero era una espectadora fantástica.

Me quedé sin saber muy bien por qué y me alegro (sé perfectamente por qué).



"Dreams feel real while we're in them"