24 oct 2014

No hay título que valga para nuestros miedos, éste en concreto.


nos cuesta la luna... resistiendo al sol mirándola de frente una tarde de verano

Me cuesta (mucho) reconocer, asumir y decir el primer “te quiero”, incluso pensarlo, pensar que estoy empezando a querer (mucho) a alguien; me crea conflictos de (entre) ideas. Supongo que porque me asusta querer más de lo que podrían llegar a quererme a mí. Dar y recibir a cambio una nada que se torna en vacío. Algo más humano que ese “quiere sin importar lo que te den a cambio”, digáis lo que digáis, que no digo que esté mal, ni que no se pueda, ni que no sea real, pero me parece menos humano que un miedo, éste en concreto.

Y es que la última, que fue la primera, vez que le dije a alguien “te quiero mucho, tanto que no me importa lo que me quieras tú a mí”, me arrepentí, me arrepentí mucho. Realmente le quería de esa manera. Pero habría preferido no haberlo dicho. No por ahorrarme el protagonismo en una escena inocente, sincera, rozándome con lo cursi, sino por la nulidad del valor que se le dieron a mis palabras, ésas en concreto.

Desde entonces, he conocido a personas que dicen “te quiero” por primera vez la segunda vez que te ven, a personas a las que no les cuesta nada, a personas a las que les cuesta todo, a personas a las que les cuesta más o menos lo mismo que a mí, conflicto arriba, conflicto abajo, y a ti, que me quisiste por primera vez antes de hacerme el amor y después, sobre todo después y te costó, te cuesta y crees que te costará (mucho) decirlo.


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