24 sept 2012
Carruajes
Nunca me gustaron los hombres demasiado caballerosos. Esos que se regodean en su indulgencia aparente y en la sombra frágil de quien está a su lado, “víctima de sus encantos”.
Pero, me ves así, con este gesto descompuesto, con el rimel amenazando convertirse en sombra gris, nubarrón y lluvia, sin barra de labios solo perfil, elevada en un par de tacones pero descalza, agarrada a mi bolso como si llevara la vida que siempre quise en él, contándote que ésto fue un error y esto otro un fallo técnico, endulzándote la voz con los primeros rayos de día que no de sol, distrayéndote con lo que no se me ocurría para que te quedaras y volvieras siempre, por mí y conmigo, hablándote de mil y una formas con esa dialéctica ingenua, trasnochada, sumergida en alcohol, desgarbada, incoherente como ella sola, llena de negación, contándote de todo para luego no recordar nada... Y qué nada tan todo.
Pero, vienes, te quedas, me cuentas no se muy bien el qué... Que vuelves a la cama.
Me miras, me sostienes (con) la mirada y me dices “estás muy guapa”
No sé si fue así, pero es lo que recuerdo.
Y me ronda y me rodea alimentando esta idealización de ti que me circunda.
Tú que te viste un día queriendo hacer que me comiera mis palabras con cucharilla.
Yo que, al parecer, me las como encantada si sonríes mientras te acercas...
(Regodeándote en tu comprobación cómplice de mi mirada en clave de afirmación tácita)
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