A
quien corresponda.
“Le
maltrato físicamente”
Así
rezaba el título de la sección “tú preguntas”.
Allí
estaba yo, ojeando, leyendo, pasando páginas de aquel suplemento, cuando llegué a la
página sesenta y me encontré con un “Le maltrato físicamente”.
Me detuve un momento. Un título/titular no podía ser tan claro,
seguramente sería una metáfora de lo que la persona remitente de la
carta querría expresar; para salir de dudas empecé a leer.
Pronto descubrí que no, no se trataba de un titular
metafórico colocado estratégicamente al lado de la definición de
la palabra sadismo para llamar la atención de las lectoras y los
lectores, pues era cierto: ella maltrataba físicamente a su novio,
además de insultarle, e incluso haber llegado a lesionarle, pues en
la misma carta dice que alguna vez ha llegado a sangrar por la nariz
y que le había roto el labio.
Acabé
de leer y me vi invadida por un descontento y por el impulso de
expresar lo que pensaba.
Alguien
tenía que decirlo.
“Maltratar
a un hombre es patológico y sádico” ¿Y maltratar a una mujer qué
es?
Independientemente,
de la respuesta de la psicóloga y del carácter sadomasoquista que
la relación pueda tener, pues una cosa es que los dos experimenten
placer sexual siguiendo los roles que decidan, quieran o les
apetezca, pero que conocen y consienten y otra muy distinta es que
uno de ellos sufra unas agresiones lejos de un contexto sexual y que
el otro se pregunte si está enfermo o no, porque, de hecho, siente
que no hace bien. Como decía, independientemente de esto, a donde
quiero llegar es a lo siguiente:
Si
en lugar de un hombre hubiera sido una mujer la víctima del
maltrato, probablemente esto ni siquiera se habría llegado a
publicar, pues estaríamos ante un caso de violencia de género, que
aunque suene a demagogia, yo prefiero llamarlo violencia doméstica,
pues he aquí la muestra. En un hogar, en el seno doméstico no son
solo las mujeres quienes sufren agresiones por parte de sus parejas,
también las sufren ellos. Pero, cuando ésto sucede, parece que
nadie se siente en la “obligación” de mostrar su desacuerdo,
mucho menos sentir la imperiosa necesidad de realizar un acto heroico
y llamar a la policía porque a su vecino su pareja sentimental lo
maltrata físicamente. ¿Por qué? ¿Es que no nos damos cuenta?
Si
tanto hemos satanizado, crucificado, si tantos titulares ha ocupado
el hecho de que decenas, centenares, millones de mujeres sean
maltratadas, agredidas, y en los peores casos (aunque más de una
persona pensaría que no es esto precisamente lo peor) asesinadas por
sus parejas; si tanto nos hemos disgustado, yo la primera, cuando
hemos escuchado a alguien decir “si vuelve es porque le gusta que
le peguen”, “es que es tonta, le pegan y aún así sigue ahí”,
etc. ¿Por qué mirar a otro lado cuando la víctima es un hombre?
Señoras y señores, ésto también es violencia.
Con
cuestiones como ésta, una se plantea que puede que se haya cedido a
protegernos, a nuestras peticiones, a escucharnos, porque se nos ha
visto tan débiles que no queda más que hacerlo y no porque se
considere realmente que un trato igualitario sea necesario. Hablo en
plural porque soy mujer y, por suerte o por desgracia (a veces las
dos), soy de aquellas que se indigna cuando se nos intenta subestimar
o cosificar. Y, por supuesto, me emociona, o como diría aquel
mensaje conocido de fechas conocidas, “me llena de orgullo y
satisfacción” la lucha por nuestros derechos y nuestras libertades, solicitar, reivindicar, conseguir los objetivos...
Pero, ¿qué pasó con la igualdad?
Porque
así como se tienen madres, se tienen hijas, se tienen hermanas, se
tienen amigas, novias, “follamigas”, “rollos”, colegas,
compañeras, conocidas... para quienes nunca se desearía un mal como
éste ni ningún otro, también tenemos padres, tenemos hijos,
tenemos hermanos, tenemos amigos, novios “follamigos”, “rollos”,
colegas, compañeros, conocidos... para quienes nunca desearíamos un
mal como éste ni ningún otro...
¿o no?
No
pretendo juzgar la publicación, la sección o la revista, ni el
criterio de quien seleccionó la carta. La violencia doméstica y la
violencia a secas, sin comerla ni beberla, sin adjetivos, es un tema
con el que nos encontramos, por desgracia, muy a menudo y a mí, esta
vez, encontrármelo en una página de papel couché me ha llevado a
hacer, sencillamente, una llamada de atención sobre una realidad
paralela y que quizás tergiverse la postura, las ideas y los ideales
de un grupo no pequeño de personas.
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Aunque, posiblemente, este texto vaya a la papelera del olvido del
ordenador que corresponda, lo he enviado a la redacción del suplemento porque conservo la esperanza
de que alguien llegue leerlo (a esa persona, gracias por dejarse aquí
unos minutos de su valioso tiempo) y porque, como he dicho por ahí
arriba ,“alguien tenía que decirlo”, alguien que no tuviera una
ideología cerrada y claramente decantada hacia un “proteccionismo
masculino”. Y no, no soy una madre indignada porque a su hijo le
pasa algo parecido a lo que le ocurre al joven al que “P., correo
electrónico” maltrata físicamente... Tengo veintiún años y
estoy ya deambulando en la absorbente época de exámenes de la Universidad.
2 comentarios:
A medida que lo leía me iba diciendo a mí mismo: "Esto lo tendría que mandar a la revista donde quiera que lo leyera y..." luego leí la letra pequeña y... "pues eso..."
Sigo por aquí, perdido entre el "pienso" de tus peces. Un abrazo!
AnHeLo
(:
Gracias, por perderte entre el "pienso" y no en "la nada"
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