Porque a veces
se siente como si ya hubiera demasiada mierda entre nosotros y
hubiera una irremediable distancia que nos separa y que yo no veo
porque posiblemente (que no probablemente) mi mierda me nubla la
vista y casi me cubre los ojos. Porque a veces, se sienten en mi
terreno tus armas y en el tuyo las mías, pese a que nadie las ha
disparado, pese a que ninguno ha declarado la guerra al otro.
Pero me invade
la nostalgia, sí me invade, se mete en mi casa, lo retira todo y se
pega a las paredes e impregna el ambiente solo de lo que ella quiere
y cambia las letras de lo que leo y las notas de escucho.
Y entonces,
siento, sí siento, porque casi lo vivo de nuevo, “como si hubiera
sido ayer”, como si estuviera siendo ahora, como si fuera un
momento, un acontecimiento constante en su espacio, su lugar y su
tiempo, que no empieza, no acaba, que no dejará de ser. Nuestro
espacio, nuestro lugar y nuestro tiempo. Que más que un
recuerdo, se me antoja a lo que fuimos y lo que de alguna manera
somos, mientras todo lo demás cambia.
Y
ahí están, tu calor, tus brazos, tus manos, tu pelvis, tus piernas
marcando el tempo, el tiempo y haciéndote joven, tus pies llenándose
de historias, tu barbilla en mi sien.
Y ahí estás
tan cerca como puedes. Como en un arrebato, como si hubieras sido
expulsado de un círculo de fuerza centrífuga humanamente
concentrada, como si te hubieran empujado, como si te hubieras
empujado. De cerca, de repente y por sorpresa. En ese momento que era
solo tuyo y terminó siendo solo nuestro.
Y ahí estamos, pisando el césped húmedo, llenándonos de polvo y de barro los zapatos, hasta las rodillas. De rodillas, sentados, en cuclillas, yo sobre tus hombros, tú sobre mis pechos, con las manos extendidas, cerradas, sueltas, juntas; tumbados en el césped, en el polvo, en el barro, en la tierra, en el asfalto, en la arena, sin dejar de ser lo que no sabíamos que estábamos siendo... Irrepetibles.
Y ahí nos
veo, paseando cerca de la playa y atravesando puentes en la madrugada.
Porque aún te asombras de lo que puedo llegar a contarte si me
invitas a algo dulce y me besas. Porque aún me llevas de la mano y
me ayudas a saltar obstáculos entrando automáticamente en el juego
en el que yo soy la reina y tú el caballero. Porque aún se mantiene
el orden en casa por las mañanas y nadie cambia de sitio tu cuadro
preferido. Porque aún vienes conmigo y me acompañas, que no es lo
mismo. Y el postre sigue siendo la expresión gráfica de nosotros
mismos consumidos antes de la siesta y consumados.
Porque aún...
(te va a sorprender)... nos veo en el pequeño paseo que dimos por
Cartagena de Indias entre risas.
Irrepetibles, aunque (y porque) siempre nos supimos inevitables. Y también, constantes.
▷ Θ
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