Esta noche.
No.
En esa hora
y media de sueño entre la que suena el despertador y te levantas de la cama, he soñado que una
amiga mía del instituto cogía un taxi por equivocación pensando
que tendría que pagar un euro con cuarenta céntimos, lo mismo que si hubiera cogido el autobús. En el taxi íbamos más personas, además, por dentro
tenía las dimensiones de un autobús, pero por fuera era un taxi
normal y corriente. Resulta que nos bajamos todas en el mismo sitio, todas
mujeres, y mi amiga no tenía dinero para pagar el taxi, así que a
mí se me ocurre pagarlo entre todas: con un euro cada una bastaba e
incluso podía sobrar; algo que yo veo lógico y normal pero que en
el mundo de los sueños se ve que es inconcebible, nadie quería
pagar un euro por un servicio del cual también habían disfrutado,
ignorando, además, por completo que así ayudaríamos a una amiga,
le evitaríamos un problema y ella podría irse a su casa con sus
pesadas maletas tranquilamente que era realmente su objetivo final.
Sí, llevaba pesadas maletas, de ahí que cogiera un taxi que era más
espacioso y más cómodo para trasladarse; obviamente la equivocación
estaba en el cálculo del precio. Las demás chicas,
mujeres, personas (nunca sé cómo denominar a las personas de mi
edad, porque yo nunca sé si soy una niña, una chica, una mujer, una
dama, una señora o una hija de puta, porque nunca he sabido ser una
sola cosa, digamos que me adapto al medio). Lo que decía, las demás
chicas estaban horrorizadas. Y yo exclamaba incrédula ante lo que
presenciaba: ¡por favor! es solo un euro, qué más os dará un
euro... ¡un euro! E intentaba razonar una respuesta por mí misma
porque ellas no me daban ninguna y no la encontraba. Hasta que una de
ellas, que también fue mi amiga en el instituto, empezó a dar sus
motivos, motivos que no recuerdo porque gritaba, gritaba mucho,
estaba enfurecida y yo me distraía más con sus gestos y ruidos que
con lo que intentaba decir. Pues bien, no sé de dónde, en la
siguiente escena yo aparecía con un bote de aceitunas en la mano,
era casi todo líquido con unas cuantas aceitunas nadando. Estaba
sobre ella en el suelo, con una mano presionándole el pecho y con la
otra sujetando el bote por encima de mi cabeza. Iba, decididamente, a
pegarle con él, porque no me daba una razón de peso y porque me
daba mucho coraje su falta de empatía y de solidaridad con una
persona en apuros y que además era su amiga. G la justiciera del
bote de aceitunas.
Yo, que ni tomo taxis a menudo, ni cojo botes de aceitunas, ni me peleo con nadie en un estado de histeria, ni mucho menos se me ocurriría coger un bote de aceitunas para pegarle a alguien con él. Cuando me desperté no me lo podía creer. ¿Por qué un bote de aceitunas? ¿Y por qué un primer plano antes de cogerlo como arma ofensiva? No lo entendía. Y lo que ahora no entiendo es por qué no he podido quitármelo de la cabeza en todo el día.
Por cosas como ésta no me
gustan los despertadores, aunque sin ellos mi vida sería un completo
caos (más). Y mucho menos me gustan los despertadores puestos a
cualquier hora antes de que hayan pasado las horas mínimas que mi
cuerpo necesita para descansar y volver a funcionar “correctamente”
o como yo espero que funcione; porque tengo sueños que me resultan
realmente perturbadores, por muy insulsos que sean, por muy banales,
sencillos, incoherentes, costumbristas, existencialistas, absurdos
que sean.
Necesito dormir, dormir más
pero más que eso necesito dormir bien.
Antes de perder las formas y
arremeter contra alguien armada con un bote de aceitunas.
Antes de ser pura y toda
irascibilidad.
Antes de que suene el despertador otra vez.
Antes de que suene el despertador otra vez.