Tu música. Tu (no) ropa adecuada. Tu chispa azulada. Tu misticismo impertinente. Tu sonrisa a la nada. Las comparaciones y equiparaciones de tu boca. Tu incomparable noción de ciertas cosas. El perfil único de tu figura y tu sombra. La penumbra que, a veces, nos sobra.
Los equilibrios y desequilibrios que te rozan, te acarician, te tocan. Las delicias de tu tacto.
Los puzzles sin cartón. Las miradas que provocan.
La suavidad de tus extremos, zonas neutrales y frentes; que incitan, amable y sigilosamente, a invitarte a entrar sin importar cuantas veces llames (o no) a esta puerta.
Tu conjunto despiadado.
“Mi peligro, mi peligro constante”