No sé qué significa, a qué me recuerda, qué pretende; qué pretendo.
Siempre la misma ventana, me engancha, me hace querer arrancarle las nubes y desnudarle cielo, grabarme sus colores en la piel y en la mirada, mirarla con cautela y de lejos y, también, mirarla de cerca. Me siembra expectativas, me disipa dudas.
Siempre la misma ventana, aunque casi todos pasen de largo y me miren como si la observación fuera algo raro, algo extraño, algo nuevo, algo prohibido (quizás aquí lo sea).
Siempre la misma ventana, más o menos a la misma hora, durante casi cinco años, me atrae, me atrapa, me hace creer que todo va bien, que todo irá mejor, que subir todas esas cuestas y todas esas escaleras merece la pena, que si yo me fijo en ella y sigo sonriendo con su dégradé pastel es porque no todo está tan perdido, tan mal, ni tan roto, porque queda mucho por hacer, porque aún se puede marcar una pequeña diferencia entre tanto ser mecanizado subiendo y bajando.
Siempre la misma ventana, su dégradé pastel y mis jodidas esperanzas.