Y gritaría que: Estoy harta de toda esta mierda.
De tanto vacío. De tanto vicio. De tanta mentira. De tanto confórmate con lo que tienes. De no saber lo que quieres. De ser única siendo una más. De la puta mediocridad. De ideales que no son más que eso. De tanta revolución sin luchadores ni lucha. De espantos sin cura. De pies sin zapatos. De tacones de aguja. De tanto “no hay quien me entienda”. De quejas adolescentes. De carencias que crecen. De consejos que pretenden ser adultos, maduros, simples y directos; pretensiones. De tanto gesto sin dueño.
De tanta pose sin objetivo. De tanta postura sin dominio. De canciones que hablan de paz. De la búsqueda del equilibrio y la estabilidad. De tanto caos sin sentido. De vivir. De morir. De renacer. De tenerte y no quererte. De quererte y no tenerte. De ti. De mí. De esto y aquello. De trastornos y disociaciones. De mirar a través del cristal de una ventana que invita a salir, a soñar y a saltar. De tanta falta de voluntad. De tanto precio por tanta voluptuosidad. De todo lo rico engorda. De mentes sanas en cuerpos sanos. De mentes insanas que desean cuerpos insanos. De tanto precipicio. De tanto camino llano. De manos frías que hallan pies fríos en camas ajenas. De camas vacías. De menos es más. De más es mejor. De esta vulgaridad. De “yo era tal, pero, ahora soy cual”. De los círculos viciosos, “la pescadilla que se muerde la cola”, el eterno retorno. Del condicional perfecto.
De Eva, Adán, y su paraíso convertido en infierno. De manzanas mordidas. De cuentos. De príncipes, héroes, ranas, cisnes, murciélagos y arañas. De stay true, de one love, de paz y amor. De cortarse las venas. De dar pena.
Gritaría. Pero Munch me quitó la voz tras dejarme sin aliento.
Porque hay silencios que dicen tanto sin haber dicho nada.
Porque hay silencios que, constantemente, nos salvan.